La paradoja

La paradoja

Estamos trabajando en este resumen, pronto podrás disfrutarlo.

                            Autor:James C. Hunter Sinopsis: 

¿Alguna vez te has preguntado qué cualidades se necesitan para ser un buen jefe? ¿O cómo se consiguen la autoridad y la credibilidad necesarias para dirigir de forma efectiva?

Seguramente sí. Todos alguna vez se han preguntado cuáles son esas características que hacen a las personas buenos líderes. Todos, excepto yo.

Me llamo John. Y siempre había creído que era un jefe estupendo, y, por supuesto, un líder ejemplar.

¿Y cómo no iba a serlo? Si trabajaba para una empresa de producción de vidrio plano, de categoría internacional, en la que ocupaba el puesto de director general de una fábrica de más de quinientos empleados, con unas cifras de facturación por encima de los cien millones de dólares al año.

En la época en que me promocionaron al puesto, yo era el director general más joven en toda la historia de la compañía, hecho que todavía hoy me enorgullece. Además, tenía un sueldo considerable que incluía muchos beneficios.

Estaba casado con una hermosa mujer llamada Rachel y tenía dos hermosos hijos. Juntos éramos propietarios de una casa muy agradable al sur de Detroit. Teníamos dos automóviles, una embarcación deportiva, salíamos de vacaciones dos veces al año y aún conseguíamos ahorrar una buena suma anual para la universidad de los chicos y la jubilación.

Como ves, mi vida parecía ir sobre ruedas, y gracias a ello me sentía un exitoso jefe. A la vista de todos, mi vida era un éxito absoluto.

Pero no era así. Lo cierto era que mi vida se estaba desmoronando.

Rachel me había dicho hace meses que llevaba tiempo sintiéndose infeliz en nuestro matrimonio e insistía en que las cosas no podían seguir así. Y con los chicos tampoco iban bien las cosas, ya que discutíamos mucho y no obedecían a nada de lo que yo les dijera.

Incluso en mi trabajo todo había empezado a estropearse. En los últimos meses los empleados de la fábrica habían estado haciendo una campaña para conseguir una representación sindical. Los ánimos en las instalaciones estaban muy alterados.

Y yo, que siempre había sido un tipo alegre, feliz y confiado, me empezaba a sentir agobiado por todo lo que ocurría a mi alrededor. Ya no era más feliz en absoluto.

Hasta que un día, Rachel me comentó que quizá sería buena idea que yo asistiera a un retiro espiritual de unos días al cual asistían hombres y mujeres de negocios con el fin de ordenar sus atareadas vidas. ¿El lugar? Un monasterio.

«Qué absurda propuesta», pensé. ¿Cómo iba a servirme un retiro espiritual en un monasterio lleno de monjes con sus cánticos? Sin embargo, no se me ocurrían más alternativas.

Así que acepté a regañadientes. Estaba totalmente seguro de que no iba a salir nada bien y que solo iría a perder mi tiempo. Que nada me haría cambiar mi carácter, no aprendería nada, y me iba a aburrir bastante.

Qué equivocado estaba.

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